Ecos y sonidos recorren las montañas, susurros de un pasado lejano que aún habita en la niebla de Coscomatepec. En nuestra tierra el misterio y la tradición se encuentran.
Cuenta la leyenda que, en el paso del emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota por Coscomatepec, quedó grabado en el aire el eco de su misteriosa presencia. Al cruzar el pequeño pueblo camino a la Ciudad de México, los nobles extranjeros, acompañados de su séquito, quedaron maravillados por la vista del volcán, un recordatorio de sus tierras lejanas.
Muchos habitantes aseguran que el espíritu de aquella visita aún vaga en las noches. Dicen que las emociones, cuando son intensas, se quedan impregnadas en los lugares y los objetos. Y es que, al caer la madrugada, una carreta oscura y silenciosa sigue recorriendo las calles de Coscomatepec, sujeta a los recuerdos de aquellos que nunca volvieron de ese viaje.

Una noche de octubre, José, un campesino del pueblo, salió de casa junto a su perro “Flaco” rumbo a su jornada. El aire era más helado de lo habitual, y una extraña sensación le rondaba el pecho. Al llegar a la Avenida Juárez, un escalofrío lo detuvo en seco: frente a él, avanzaba una carreta negra tirada por caballos, sin conductor, envuelta en un silencio espectral. A su lado, “Flaco” lanzó un aullido que se perdió en el retumbar de las ruedas. José intentó rezar, pero el miedo lo paralizó, y solo pudo marcarse una cruz cuando la carreta se desvaneció en la bruma.

A los pocos día “Flaco” murió, como si aquella aparición hubiera robado su aliento. Desde entonces, quien transite las calles solitarias de Coscomatepec al amanecer debe encomendarse, pues dicen que la carreta de Maximiliano sigue cruzando en el silencio, dejando tras de sí el gélido peso de lo que nunca descansa.