Ecos y sonidos recorren las montañas, susurros de un pasado lejano que aún habita en la niebla de Coscomatepec. En nuestra tierra el misterio y la tradición se encuentran.
Cuentan que, cuando un alma se apaga en esta tierra, inicia un largo viaje hacia el Mictlán. En la tradición indígena, se cree que los perros fieles, aquellos que nos han acompañado en vida, son quienes nos guiarán en este trayecto, protegiéndonos de las sombras y los obstáculos que habitan ese camino oscuro.
Era un día de otoño en Coscomatepec, y el viento susurraba entre las hojas secas, trayendo consigo olores de veladoras y copal. Aquella noche, don Salvador, un hombre bondadoso que había perdido a su perro años atrás, se recostó en su cama. Entre sueños, recordó a su fiel Xólotl, un perro negro de ojos profundos y mirada serena. Xólotl se fue hacía ya varios inviernos, pero don Salvador siempre sintió que su espíritu permanecía cerca.
Esa misma noche, mientras el silencio cubría las calles empedradas, un aullido rompió la quietud. Al abrir los ojos, don Salvador se encontró frente a una figura que le parecía familiar: un perro negro, con una mirada que le recordaba a su querido Xólotl. Inmóvil, observó cómo el perro se acercaba lentamente, mirándolo fijamente. Un aire frío lo envolvió, pero sintió paz en su interior, como si aquel espíritu le susurrara que no había que temer.
Con paso sereno, Xólotl lo guió fuera de su hogar, atravesando el camino hacia el cementerio. En la penumbra de la noche, don Salvador caminaba siguiendo los pasos de su fiel guardián, el cual parecía marcar un camino invisible que sólo él podía ver. Sintió que cada paso lo acercaba más al descanso, y al llegar a la entrada del camposanto, Xólotl se detuvo, observándolo por última vez.
Esa noche, don Salvador no volvió a casa, pero su espíritu fue visto caminando hacia el más allá, acompañado de su fiel amigo. Desde entonces, en Coscomatepec se dice que, en cada aniversario del regreso de las almas, los perros que nos acompañaron en vida regresan una vez más. Tal vez hoy, en un susurro de viento o en el eco de un ladrido lejano, puedas sentir la presencia de tu fiel amigo que, paciente, aguarda el momento de guiarte al otro lado.