Amanecía el 6 de enero con la promesa de un día único. El olor inigualable de las bolsas llenas de juguetes se mezclaba con el aroma dulce de los aguinaldos: cacahuates, dulces y frutas que, aunque sencillos, eran un tesoro para nuestras pequeñas manos.
En casa, la emoción no se limitaba a los juguetes, sino a la risa compartida con mi hermano, mis primos y vecinos, y, a las carreras en la que nosotros llamábamos “la casa grande” y su patio. La calle “Ocampo” se convertía en nuestro campo de fútbol.
El 6 de enero los juegos eran interminables para alargar la magia hasta que caía la noche. En esos días, la inocencia y la alegría eran los mayores regalos que nos dejaban los Reyes Magos. Todo parecía mágico, incluso ahora, cuando entiendo que no eran solo los tres Reyes Magos quienes nos daban alegría, sino también esos padres que, con su esfuerzo, transformaban sus largas jornadas de trabajo en pequeños grandes milagros.
Esta festividad no es solo un recuerdo; es un recordatorio de la importancia de la alegría sencilla, de los momentos que parecen pequeños, pero se convierten en los pilares de una infancia feliz. Hoy, a más de 30 años de esos momentos, cierro los ojos, soy la misma niña de ese 6 de enero, escucho las risas de quienes me rodean, escucho también la sonrisa de mis padres, de esos dos “Reyes Magos” que desde sus posibilidades siempre serán para mi los mejores.
Gracias a mis Reyes Magos, por enseñarme que la verdadera magia no está en lo material, sino en el amor, la dedicación y la ilusión de dar. Hoy miro atrás con gratitud, sabiendo que con mucho o poco nos dieron todo. Que este Día de Reyes continúe siendo un puente hacia la inocencia y la magia de esos días que nunca olvidamos ¡Feliz Día de Reyes! ¡Que la magia siempre viva en nuestro corazón!