En la historia de los pueblos, hay momentos silenciosos que en su tiempo pasaron casi desapercibidos, pero que con los años adquieren el peso de los actos fundacionales.
Así ocurrió en Coscomatepec de Bravo, bello rincón veracruzano enclavado en la sierra central, donde el machismo de las instituciones y el conservadurismo de las costumbres parecían inamovibles.

Fue aquí donde, a finales de los años ochenta e inicio de los noventa del siglo pasado, un hombre y una joven mujer se atrevieron a cambiar la historia. Mi tío Jorge Sánchez Kuri un hombre ampliamente conocido en el municipio, pequeño comerciante pero exitoso, ex servidor público y hermano de mi padre Octavio Sánchez Kuri ostentó en dos ocasiones el cargo de delegado de Tránsito en Coscomatepec y posteriormente se desempeñó como supervisor del IPAX en la zona Córdoba-Huatusco.
Su carrera pública fue distinguida por la sobriedad de su mando y una rara mezcla de disciplina y humanidad que le granjeó tanto respeto como resistencia.
En aquellos tiempos, el cuerpo de Tránsito, como otros sectores de la fuerza pública, era un espacio exclusivamente masculino. Las mujeres no solo eran excluidas sistemáticamente; ni siquiera se consideraba su presencia una posibilidad lógica.
Desde las oficinas de Tránsito del estado en Xalapa hasta los pasillos del ayuntamiento de Coscomatepec, el prejuicio se imponía como norma: se decía que una mujer no podía “controlar el tráfico”, que no resistiría el rigor del uniforme ni el trato rudo de los choferes, que eso “no era para ellas” y sin embargo, mi tío Jorge se atrevió.

Contra todas las advertencias, presiones y burlas veladas, dio un paso que para muchos fue insólito: empleó a Irma Deborah Márquez Castro como oficial de Tránsito. Lo hizo a conciencia, sabiendo que la capital vería su decisión con recelo, que algunos superiores la considerarían una insubordinación silenciosa, y que buena parte del pueblo, ese pueblo de gestas heroicas pero muy conservador lo criticaría por “romper la tradición”.
La resistencia no fue menor. Algunos burócratas en Xalapa exigieron explicaciones, mientras en Coscomatepec se escuchaban comentarios que oscilaban entre el escándalo, el morbo y el desprecio. Hubo quien se negó a obedecer a la nueva oficial, quien la insultó en plena vía pública o la desafió por el simple hecho de ser mujer.
La calle, el uniforme, el silbato, todos eran territorios masculinos conquistados a fuerza de años de exclusión. Pero tanto mi tío Jorge como Irma Deborah resistieron.
Con entereza, ella se ganó el respeto que nadie le quiso conceder al inicio, demostrando temple, eficacia y una dignidad que no admitía concesiones. Y él, con la mirada firme del que sabe que hace lo correcto, no cedió un centímetro ante las presiones.
Su respaldo fue total, aún a riesgo de perder su cargo o enemistarse con estructuras superiores.
Esa decisión, ese gesto audaz que muchos en su momento vieron como un acto temerario y motivo de burla, se ha revelado con el paso de los años como un parteaguas en la historia de Coscomatepec y quizá de todo Veracruz en materia de equidad de género en el servicio público. Irma Deborah Márquez Castro fue la primera mujer oficial de Tránsito en el estado, y una de las primeras del país.
Pero más allá del título pionero, su presencia abrió puertas, derrumbó prejuicios y dejó claro que el uniforme no tiene género.Hoy, cuando vemos a mujeres patrullando calles, coordinando operativos o dirigiendo el tráfico con autoridad, conviene recordar que hubo un tiempo en que eso parecía impensable. Y que fue gracias a la valentía de personas como Jorge Sánchez Kuri e Irma Deborah Márquez Castro que lo imposible se volvió cotidiano.
Ellos no solo desafiaron estructuras. Sembraron futuro.