Este 19 de septiembre se cumplen 40 años del terremoto de 1985, uno de los capítulos más dolorosos en la historia de México. A las 7:19 de la mañana, un sismo de magnitud 8.1 sacudió la Ciudad de México, dejando más de 10 mil muertos, miles de heridos y una capital colapsada entre edificios derrumbados y la angustia de no saber qué pasaría después

La tragedia cambió para siempre la vida de las personas y cimbró también al país entero. El Estado se mostró rebasado y desorganizado para atender a la sociedad, pero fue el pueblo el que salió a las calles y tomó las riendas de la esperanza. Miles de mexicanos se unieron en brigadas improvisadas para rescatar a quienes estaban atrapados, llevar víveres, levantar escombros y acompañar en el dolor. Ese despertar ciudadano dejó una huella imborrable: la solidaridad se convirtió en la fuerza más grande de México.

De esa experiencia nació un nuevo camino. Se crearon las primeras bases de Protección Civil en México, se impulsaron protocolos de emergencia y surgieron los sistemas de alertamiento sísmico, que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana. Aprendimos que la prevención y la organización podían salvar vidas.
El destino quiso que, 32 años después, en 2017, un nuevo terremoto de 7.3 grados volviera sacudir al país en la misma fecha, dejando otra vez dolor y destrucción. Pero lo que también volvió a renacer fue la unidad: jóvenes y adultos, brigadistas y voluntarios, todos unidos bajo un mismo espíritu que recordaba al de 1985.

Hoy, a cuatro décadas de aquel amanecer que marcó nuestra historia, la memoria nos convoca a no olvidar. Recordar a las víctimas, valorar lo aprendido y mantener vivo el espíritu de solidaridad que distingue al pueblo mexicano.

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Que nunca se apague la enseñanza de que, incluso entre la devastación, la muerte y la zozobra, un terremoto también puede sacar lo mejor del ser humano

