Hoy quisiera escribir acerca de la figura que representa Jorge Mario Bergoglio, (El padre Jorge como le decían de cariño) fue el primer Papa latinoamericano, fue también el primer pontífice jesuita en llegar a la sede de San Pedro. Su elección en 2013 no solo rompió siglos de tradición geográfica, sino que trajo consigo un espíritu de sencillez, servicio y reforma que resonó más allá de los muros del Vaticano.
Desde sus primeros gestos —renunciar a los lujos del cargo, elegir el nombre de Francisco en honor al santo de los pobres, y pedir al pueblo que rezara por él antes de impartir su bendición— dejó claro que su pontificado sería distinto.

A lo largo de los años, fue un defensor incansable del medio ambiente, llamando a cuidar “nuestra casa común” y denunciando sin rodeos los abusos del sistema económico global que destruyen la vida y el planeta. Con Laudato si’, elevó la ecología a una preocupación espiritual, despertando conciencias dentro y fuera del mundo religioso.

Francisco también se enfrentó con valentía a los grandes desafíos éticos de nuestro tiempo. Se opuso a los muros que dividen naciones, defendió la dignidad de los migrantes, y abrazó con ternura a quienes por años fueron excluidos: las personas con diferentes orientaciones sexuales, los divorciados vueltos a casar, los alejados de la fe. Su mensaje fue claro: en la Iglesia, todos tienen un lugar.
Fue un reformador en lo profundo. Abrió el proceso sinodal para escuchar la voz de todos los fieles y avanzó en la creación de una Iglesia más participativa e incluyente. Transformó la Curia Romana, enfrentando estructuras de poder y corrupción, y actuó con decisión frente a los abusos cometidos dentro de la Iglesia, separando a los responsables y rompiendo con la cultura del silencio.

Su legado es, en esencia, el de un pastor que caminó con su pueblo. Que habló claro, que amó a los pobres, que predicó con el ejemplo. Francisco será recordado no solo por lo que dijo, sino por cómo vivió: con humildad, con firmeza, con una fe comprometida con la justicia y la misericordia.
Hoy lo despedimos con el corazón apretado, como se despide a un padre, a un abuelo sabio, a un amigo que siempre tuvo una palabra de consuelo y una mirada de esperanza. Nos queda su ejemplo, su voz, sus gestos. Nos queda el desafío de seguir construyendo la Iglesia que él soñó: abierta, compasiva, profundamente humana.

Gracias, Francisco. Gracias por enseñarnos que el Evangelio también se camina con los pies descalzos y el corazón abierto.
