Una historia de la época de la Conquista, cuenta que en un pueblo de Guerrero habitaba una niña muy humilde que cada año esperaba con ansias la llegada de la Navidad.
Pero su padre se había quedado sin trabajo ese año, y no tenía dinero para ofrendar frutas, dulces o juguetes al niño Jesús durante la misa de Nochebuena, por lo que se encontraba muy preocupada y triste.
Al llegar la hora de la misa, caminó hacia la iglesia junto con sus padres. Sin embargo, al ver que todos los niños cargaban las mejores ofrendas, se llenó de vergüenza por ir con las manos vacías. Corrió hacia los arbustos y se puso a llorar. De pronto, escuchó una voz de un niño que le dijo:
— Ya no llores. Arranca esas plantas verdes que están ahí y llévalas al altar del niño Jesús.
Decidió hacerle caso al niño y agarró un manojo de aquellas plantas silvestres. Aún llena de pena, por pensar que su ofrenda era simple y lamentable, caminó lentamente hacia el interior de la iglesia.
Al llegar, los parroquianos lanzaron una expresión de sorpresa pues eran las flores más hermosas que habían visto sus ojos. La planta había cambiado sus hojas de color milagrosamente y ahora resplandecían un color rojo intenso y tenían forma de estrellas.
—¡Feliz Navidad, niño Jesús!— dijo la niña al depositar su maravillosa ofrenda frente al altar.
Desde ese día, la flor de nochebuena, creció en todas partes de México durante la Navidad.